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Uno de los temas de reflexión más importantes en cualquier ciudad que tenga unos centenares de años de historia es el debate entre la ciudad específica y la ciudad genérica. Los cascos antiguos de las ciudades suelen tener siempre una cierta identidad motivada por su historia, por el uso de un material (Toulouse), por un accidente geográfico (Venecia), por la resiliencia de unos habitantes que la hayan usado de una determinada manera (Madrid). Por su proximidad temporal a una guerra o catástrofe natural que la hayan podido devastar (Berlín, Lisboa). Las causas son múltiples, se cruzan constantemente y no pueden ser estudiadas simplificándolas.

La ciudad francesa de Lyon está sufriendo un proceso de transformación muy ambicioso que se encuentra, actualmente, en una fase que permite recoger resultados sobre él. Este proceso es el resultado de una suma de decisiones, algunas controladas, otras no, que han conseguido rectificar a tiempo decisiones precipitadas y caras que hubiesen podido llevar a un sonoro fracaso urbano. Analicémoslo.

Lyon es, por importancia económica, la segunda ciudad de Francia, país más descentralizado de lo que una primera impresión pueda hacer pensar: su tejido de ciudades tiene buena salud, y equilibra con éxito suficiente la macrocefalia estructural que impone una gran capital mundial como París repartiendo población y riqueza por el territorio de un modo bastante eficaz. Lyon es la capital financiera de Francia. Fue la primera ciudad del país, y de Europa, en estar conectada con su capital mediante un TGV. Tiene una vida cultural que, en determinados aspectos, rivaliza o eclipsa al mismo París: sólo hace falta mirar lo que pasa en sus restaurantes. O pensar que es la ciudad donde nace el cine(1). Tiene una historia urbana singular: mientras el debate sobre el socialismo utópico sacude Europa a base de teorías dejando tan sólo pequeñas muestras materiales en Lyon un arquitecto local, Tony Garnier, intenta construir toda una ciudad ideal nueva(2), creando escuela por el camino y consiguiendo singularizar parte de su patrimonio inmobiliario a base de bellísimas construcciones pioneras en el uso del hormigón armado que han conseguido romper la reticencia popular histórica hacia este material, convirtiéndose en una de las señas de identidad de la ciudad.

Lyon es, como muchas grandes ciudades europeas, una ciudad fluvial asentada en la ribera del Ródano, que fue su límite físico durante siglos. Al sur de la ciudad histórica el Ródano recibe el curso del Saona en un encuentro muy limpio que deja una península de substrato limoso (formado, por tanto, por marismas y humedales) entre los dos ríos en forma de punta de lanza. Entre finales del siglo XVII y el siglo XIX la ciudad consolidará su fachada fluvial al Ródano y a finales de siglo XX se necesitará que la ciudad salte el río. Este hecho es importante y análogo al que Cerdà anticipó en Barcelona al concebir su ensanche: una ampliación considerable de la ciudad lleva implícito un desplazamiento de su centro de gravedad desde un primer espacio de reunión o pequeña plaza a la escala del antiguo tejido hasta el gran centro urbano de toda la ciudad ampliada, la plaza de les Glòries en nuestro caso. Los terrenos escogidos para ampliar naturalmente la ciudad son los que cuelgan de esta península que se extiende entre los cursos convergentes del Ródano y el Saona, llamada la Zona de Confluencia.

En el caso de Lyon esto implica que la fachada fluvial que constituía el límite de la ciudad pueda acabar deviniendo la fachada principal de una ciudad que ha pasado a respirar y a estructurarse a través de un río al que tradicionalmente le ha dado la espalda. Adicionalmente se empieza a valorar la fachada sobre el curso del Saona como el nuevo límite urbano.

Para que la fachada fluvial del Ródano funcione como un centro urbano se necesita que la zona de confluencia defina algo parecido a una nueva fachada fluvial que complete la primera.

Y cada una ha de ser hija de su tiempo.

En este marco se convoca sobre los años 90 un concurso para la ordenación de la Confluencia.

Este concurso será ganado por el equipo de arquitectos de Barcelona Martorell Bohigas Mackay (MBM). MBM pertenece a la segunda generación de arquitectos del Movimiento Moderno y pueden mirarse con una crítica no exenta de un cierto escepticismo los postulados urbanos del Movimiento Moderno más ortodoxo que ha definido una ciudad moderna a base de una zonificación estricta y una jerarquía de usos inamovible que deja barrios enteros como tejido estructurado, pero sin signos de vitalidad ni identidad: funcionalidad sin alma ni carisma.

La Confluencia de MBM(3) es una ciudad formada, organizada, trabajada desde el espacio público. Es una ciudad que no estará zonificada, si no jerarquizada desde la intensidad de un determinado uso sobre otro en un tejido que prima la mezcla. Hecho importante teniendo en cuenta que el lugar no es terreno virgen, si no el escenario donde se disponía todo el tejido industrial de la ciudad. La Confluencia es una ciudad que asumirá contradicciones y aquellas imperfecciones aparentes que le dan vida y alma más allá de la funcionalidad estricta. Así, los recorridos serán redundantes. Las parcelas a ocupar por los promotores no tendrán una gestión tan directa como podría ser un paquete de terreno limitado por una valla más alta que la vista y servido por una calle que le da acceso, si no que tendrán servidumbres: medianeras, pasajes interiores, porches. Fachadas urbanas. Volumetrías variables. Manzanas abiertas. Será un tejido, sin embargo, que tendrá todavía mucho de genérico: sensible a los flujos que vienen de la ciudad vieja, a los accidentes geográficos, a las necesidades del tráfico, todavía no tendrán identidad urbana suficiente como para competir con el Lyon consolidado. El nuevo barrio de MBM reclamará, pues, su carácter de ampliación, de tejido subsidiario de lo que ya hay. Es, en una palabra, un suburbio. Bien planeado, correctamente estructurado, humano y sensible. Pero un suburbio todavía. Y, como tal, no estará dotado de identidad. O no estará dotado, a priori, de la dosis de identidad suficiente que la ciudad quiere o necesita.

La ciudad hará, pues, una maniobra extraña: en vez de empezar a ejecutar dejará el tejido existente a la buena de Dios mientras se concentra en construir un equipamiento que la singularice. Los planificadores de Lyon empezarán la ampliación de la ciudad decretando las excepciones antes incluso de disponer la norma. El resultado será un concurso internacional para la construcción de un gigantesco museo en el mismo vértice de la confluencia de los ríos, un equipamiento de esos de programa indefinido que, por sí solo, pueda crear un efecto Guggenheim en la ciudad. Coop Himmelb(l)au serán los ganadores con un edificio de volumetría sinuosa, inspirada en las olas y las turbulencias que crean dos cursos de agua cuando se encuentran: una volumetría antiurbana, autista. Vacía de cualquier sentido urbano(4).

La ciudad ni está ni se la espera. El edificio no estará a la altura. Actualmente se encuentra olvidado por los habitantes de la ciudad, que consideran que no va con ello.

Los planificadores se dan cuenta en seguida del aislamiento preocupante del edificio y definen un plan para entregarlo con la ciudad.

Una vez más no será un plan urbano, sino un plan de paisaje: una colección de edificios singulares que, relacionados los unos con los otros a través del color, estirarán el equipamiento hasta alguna zona que ya pueda considerarse ciudad: el área donde tenía que intervenir MBM(5).

La nueva colección de edificios se extenderá a lo largo de la ribera del Saona, quedando más o menos ligada a la ciudad mediante una urbanización del paisajista Michel Desvigne(6) realizada con una gran economía de medios: unas pocas especies vegetales autóctonas, un solo tipo de mobiliario urbano. La intervención, de gran calidad, demuestra que no es lo mismo planificar un espacio público que planificar desde el espacio público. Un espacio público proyectado de manera singular puede dar esto: un espacio público, una parcela de terreno arreglada agradablemente, en este caso un cojín de jardines que absorba y signifique la nueva fachada del Saona. Pero nada más. Planificar desde el espacio público, en cambio, dignifica el entorno. Convierte la intervención en una especie de conector que activa su realidad construida, que, por otro lado, ha de acomodarse a una serie de normas de convivencia. La colección de edificios que conectan el museo con la ciudad a través de la ribera del Saona, todos ellos de calidad suficiente, es incapaz en conjunto de realizar esta tarea. La intervención paisajística, tres cuartos de lo mismo.

Una vez materializado este plan se considera que el plan MBM inicial ha quedado desfasado por esta nueva realidad y se convoca otro concurso internacional. El nuevo equipo ganador será Herzog & de Meuron(7).

Herzog & de Meuron, esencialmente, actualizan el plan MBM a la nueva realidad. La decisión principal está respetada religiosamente: el plan ha de seguir siendo un plan de espacio público. Pero esta vez irán más allá: ya no será un plan para ejecutar una ciudad genérica, sino un plan que, a partir de las especificidades de su entorno, cree una ciudad específica para el lugar. Una ciudad que nace desde el espacio público y desde la creación de una identidad específica para la zona de Confluencia.

Herzog & de Meuron empiezan su plan valorando que la intervención precedente no ha conseguido crear ciudad, pero, desde sus postulados paisajísticos, sí ha conseguido crear una nueva fachada urbana sobre el Saona. Una fachada que, bien tratada, se puede girar como un calcetín y convertirse en la fachada de toda la Confluencia. Una fachada con potencia suficiente como para dialogar con la fachada histórica de Lyon. Así que aquella colección autista de edificios queda automáticamente incorporada a su proyecto, obviando el problema de la fachada del Ródano, estirando la caja urbana de Lyon hasta lo que se considera el nuevo límite de la ciudad.

La segunda cosa que harán Herzog & de Meuron será fichar a Michel Desvigne para que siga desarrollando su plan de paisaje sin variaciones, desde el punto donde lo han dejado, y lo entregue con la ciudad, maclándola con ella. Así, Herzog & de Meuron harán un gesto tan generoso como inteligente: el espacio público que estructura su plan no se definirá según sus criterios, si no según los criterios de Michel Desvigne. El plan de paisaje entra a la ciudad y ésta se mezcla con la naturaleza.

Los edificios a construir deberán de acatar una serie de reglas muy sencillas que los adapten no tan sólo a las fachadas existentes, si no al plan de paisaje. Así, deberán de aceptar unas determinadas proporciones de las ventanas. Se deberá de perder el color: el color está presente en la fachada fluvial del Lyon viejo y está presente en la fachada del Saona. El barrio nuevo se desarrolla en blanco y gris exclusivamente.

Las reglas no quitarán creatividad a los arquitectos ni calidad a los edificios, como lo testimonian las intervenciones que van tomando forma en el barrio, algunas de ellas, como un interesante edificio de oficinas de Christian Kerez(8) actualmente en construcción, siguiendo estas reglas de un modo ciertamente sui generis. Pero el plan lo aguanta.

La fachada fluvial de la confluencia necesita un ajuste de escala, ya que los edificios existentes son demasiado pequeños. La macla ciudad-naturaleza se convierte en un degradado de intensidades de paisaje. Herzog & de Meuron convierten, en la zona cercana a la desembocadura, su plan de calles en un plan de torres y edificios singulares(9) que complemente los ya existentes, debidamente entregados, esta vez, a la ciudad más convencional a través del paisajismo de Michel Desvigne, que en este punto revertirá la urbanización del lugar hasta hacer salir los humedales presentes en el substrato: así, el degradado de edificios queda acompañado por un degradado del substrato, de más duro a más blando. De más urbano a más natural.

El nuevo barrio es, entonces, un barrio que permite relacionar y relacionarse: relacionar partes de la ciudad entre sí. Relacionar a sus habitantes. Relacionar a sus edificios hasta convertirlos en una colección heterogénea de organismos diseñados para encajar los unos con los otros. Armonía y tranquilidad. E identidad: la identidad de un pedazo tranquilo de ciudad en medio de dos hitos: la nueva fachada del Saona, singular y moderna, ahora encajada armoniosamente con lo existente, y el tejido de la ciudad vieja. La intervención de los espacios públicos se refuerza por unos edificios que tanto sirven para alojar funciones múltiples como para crear paisaje. Herzog & de Meuron no han realizado un plan que active y signifique un barrio: han conseguido, a través de él, coser dos tejidos heterogéneos, uno de ellos en serio peligro de quedar descolgado del resto de la ciudad.

Lyon es, en estos momentos, una de las ciudades que mejor ha planificado su crecimiento a nivel europeo. Y, después de este buen trabajo, persisten. No en vano la ciudad ha sido declarada como uno de los lugares más agradables para vivir de Europa entera.

(1) Primera película de la historia del cine: Obreros saliendo de la fábrica familiar Lumière en las afueras de Lyon.
(2) Enlace al Barrio de los Estados Unidos de Lyon, enclavado dentro de su Ciudad Industrial.
(3) Enlace al proyecto de Lyon de MBM desde la web de sus colaboradores Urbanic.
(4) Enlace al proyecto del Museo de la Confluencia de Coop Himmelb(l)au.
(5) Enlace al proyecto del Cubo Euronews, de Jakob & Macfarlaine, uno de los últimos edificios en completar la fachada al Saona.
(6) Enlace a una explicación del proyecto de Michel Desvigne para la confluencia de Lyon.
(7) Enlace al proyecto para la Confluencia de Lyon de Herzog & de Meuron.
(8) Enlace al proyecto que Christian Kerez ha desarrollado para el Barrio de la Confluencia de Lyon.
(9) Enlace al proyecto Yconne, de Jean Nouvel, edificio singular a edificar en la zona de torres de la Confluencia.

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