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Francesco Borromini: San Carlo Alle Quattro Fontane, Roma, 1637

Las demandas sociales no son gratuitas. La ciudadanía, tomada en su conjunto, se mueve con una gran economía de movimientos. Así, si hay una gran demanda de innovación, si este término llena muchos libros, está presente en las sobremesas y en las conversaciones de amigos, es porque responde a unos condicionantes sociales muy fuertes. La globalización implica la aspiración universal a unas condiciones de vida más dignas, más seguras, más regulares en una sociedad como la nuestra donde, por lustros o años (muy rápidamente, vaya) se pierden algunos de los grandes avances sociales posibilitados por la Revolución Industrial. En los años cincuenta, la diferencia de sueldo entre un alto directivo de una empresa más o menos grande y un empleado base era de dos a veinte veces. Actualmente, el estándar está fijado en más de doscientos.

La Red es el componente volátil, difuso, virtual por excelencia: el medio que define el mundo actual, que globaliza las catástrofes instantáneamente, sea un atentado en Kenia, un terremoto en Turquía, inundaciones en la costa del Pacífico de Colombia o un incendio en un campo petrolífero de Alaska o Siberia.

El mundo de la construcción va a remolque de esta situación. Es un mundo contraintuitivo, ya que las dinámicas locales tienen un peso considerable en su estructura económica. Así, el mundo de la construcción tradicional(1), o, dicho de otro modo, el mundo de la construcción pre-crisis, tiene un recorrido y un peso considerable en el instante actual.

Esto va a cambiar. Un modo preciso de verlo es observar la promoción pública: el interés por desarrollar tipologías alternativas, por trabajar de acuerdo con esta nueva sensibilidad difusa es una demanda social fortísima, e, incluso, un recurso de supervivencia para los propios políticos, que, de no proveerla, les pasará por encima. Tomemos los casos de Barcelona o Madrid: las dos obras públicas más importantes de la ciudad en los últimos años han sido corredores verdes; vacíos, pasillos de verde y aire puro. Hablamos de Madrid-Río y de la Diagonal Verde en Barcelona.

Este mundo de la construcción no es tan sólo deudor de las necesidades sociales. Está configurado y estructurado por la cultura. Propone, relaciona, se define en su complejidad por estas relaciones con la cultura. Y, a través de ella, con la vida.

Un modo de intentar entender el momento actual con precisión es analizar la gestación del paradigma actual. Lo mismo que ahora está cambiando. Lo que nos ha llevado a definir, y a construir, y, yendo más lejos todavía, a entender y concebir la construcción de edificios (singularmente de viviendas) como una máquina de habitar. Hemos pasado del ladrillo, la piedra y la madera local tratada sin demasiada sofisticación con que se construían todas las arquitecturas relevantes clásicas y medievales(2) al hormigón armado y, sobre todo, al acero y al vidrio. A las estructuras aéreas, a la naturaleza entendida y medida en términos como verde y espacio: la naturaleza más allá del cristal.

No, no fue el Movimiento Moderno lo que cambió esta sensibilidad. Este movimiento fue más bien lo que tuvo la capacidad de condensar los avances precios en un todo coherente: los avances tecnológicos en el mundo de la construcción(3), las inquietudes sociales y artísticas y, por encima de todo, el lenguaje de la Revolución Industrial consolidada. El Movimiento Moderno construirá su sueño y sus dos principales proezas: la clase media y el Estado del Bienestar.

Más tarde construirá, también, eso mismo convertido en pesadilla.

El cambio de sensibilidad no se gesta, pues, a principios del siglo XX, sino doscientos cincuenta años antes, a medidos del siglo XVII, con la aparición del Barroco.

Tardará todo este tiempo en consolidarse. Lo que no es fácil de entender desde nuestra perspectiva, en que se demanda que los cambios se hagan efectivos en horas, días o semanas. Si no pasa así quedan relegados a un breve en la página veintisiete del periódico. En estos doscientos cincuenta años la Historia progresará geométricamente, disparada por los grandes hombres de aquella época. Todos los cambios que se producirán a posteriori serán lineales e irán en la dirección que éstos indicaron.

Hasta ahora.

La concentración de grandes hombres en aquella época será casi inconcebible, y paralela en todos los campos: Newton, Leibniz, Hooke, Cromwell, Luís XIV. También Shakespeare y Cervantes. Y arquitectos como Christopher Wren, Nicholas Hawksoor, Lorenzo Bernini, Francesco Borromini o, en España, Juan de Herrera. Descartada (injustamente, como ya se ha dicho) la influencia del Gótico, estos arquitectos citados serán los arquitectos del espacio. Los primeros arquitectos del espacio desde el Panteón o Santa Sofía, de hecho. Serán los arquitectos de la luz. Serán los arquitectos del vacío. Serán los arquitectos que insinuarán todas las demandas que se han hecho, a posteriori, en la tecnología de la construcción: grandes luces. Grandes superficies transparentes. Estructuras capaces de expresarse por sí mismas. Christopher Wren, por primera vez, no se limitará a concebir e imaginar los edificios construyéndolos después por el método ensayo-error fundamentado únicamente en su experiencia. Wren los calculará. Y lo hará por primera vez en la historia.

Nuestra situación actual es paralela a la de aquella época. Las estructuras ligeras ponen al Hombre en el centro otra vez. Un hombre ligado, fusionado, perteneciente al medio ambiente. A un medio ambiente recuperado. Mejorado. Buckminster Fuller quería cubrir Manhattan: pesimista hacia el medio ambiente de su época (y no hace ni cincuenta años de aquello: así de rápido evoluciona todo), su gesto quiere convertir la ciudad entera en un jardín. Fuller quiere cubrir Manhattan con una estructura que, por su relación peso-volumen a cubrir, es virtualmente inmaterial. Fuller trabaja sin peso.

Toyo Ito, ni veinte años más tarde, pondrá nombre al sueño: el Pao de la Mujer Nómada(4). La Mujer Nómada es, antes que nada, eso: una mujer. La arquitectura actual es femenina. Esta mujer vive en una nebulosa. Vive en nuestra nebulosa actual.

Toyo Ito, Pao per a la Dona Nòmada, Tokio, 1985.

Todos los cambios actuales, pues, tienen un sentido. Una dirección. El BIM permite gestionar la ligereza. El control numérico y el 3D Printing trabajan con cantidades de materia insignificantes respecto del espacio a cubrir. No es que estamos viviendo en un momento apasionante: es que lo estamos construyendo. Y va en esta dirección. El cambio es difuso porque somos naturaleza. Es ligero porque lo hemos de construir todo: construir para los países emergentes. Construir para los refugiados. Construir rápido y bien para paliar estas demandas urgentes motivadas por los cambios actuales. Construir ligero para fundir los límites de la ciudad con los del campo. Para incorporar el verde a nuestros tejados, al interior de nuestras viviendas y de los equipamientos. Para volverlo productivo. Construir difuso y transparente porque no tenemos nada a esconder.

Todo este panorama es lo que motiva nuestra sensibilidad hacia la innovación.

(1) La tradición es, de nuevo, un concepto difuso y peligroso de usar que, en este artículo, se puede definir como aquella dinámica que lleva funcionando el número suficiente de años como para que podamos olvidar convencionalmente su origen. Es, pues, un término un tanto orwelliano: las cosas han sido así no porque siempre hayan sido así, sino porque creemos que siempre han sido así.

(2) El Gótico sería la honrosa excepción a todo esto, pero, como se verá (y citará posteriormente), no contaba. Por otro lado, el Gótico tomado como revolución constructiva lleva al límite las técnicas ancestrales. No inventa otras nuevas.

(3) Y es bastante fácil saber por qué los consolida: el primer Movimiento Moderno usa estas técnicas, pero no las explicita. Las esconde. El primer movimiento moderno racionalista de casitas blancas con ventanas corridas es muy reaccionario constructivamente. Tan poco sincero, de hecho, como los historicismos que criticaba con violencia.

(4) Y esta Mujer Nómada tiene nombre y rostro: el de una Kayuzo Sejima de veintiocho años, ella misma fascinante, bella, etérea, inmaterial.